Es la brisa de la vida que va corriendo telones y nos enseña a mirar con los ojos que fuimos guardando...


viernes, 10 de septiembre de 2010

Viernes por la tarde.

Hoy es viernes y se me ha dado por acordarme de mi Tío Raúl.
Se me ponen los ojos mojaditos pero el alma...., el alma se me pone en vuelo!
El Tío Raúl tenía tres hijos, dos como de mi edad, pero ellos no lo acompañaban los viernes a la tarde hasta el Puerto Ruiz, ahí nomas de Gualeguay. Yo, sí.
Yo iba con él a dónde me llevara. A veces, a la chacra. A veces, al Puerto.
Pasaba por mi casa como a eso de las cinco, seis de la tarde, en los soleados días de primavera, más que nada. Cuando escuchaba la bocina de su auto, mi alegría se anticipaba a su invitación.
- Coneja... me acompañás al Puerto?- él me llamaba así: "Coneja". (Escribió este apodo mi memoria antes que mi pensamiento; no lo escucho desde los diecisiete años!)
Cuando llegábamos a Puerto Ruiz, junto al Río Gualeguay de mis amores, siempre caía la tarde.
Y era el regreso de los pescadores.
A nosotros nos gustaba llegar con las mujeres, porque disfrutábamos de los preparativos.
Mi Tío conversaba con los que iban a esperar el pescado para comprar, y yo, con las mujeres.
Con ellas hablaba de cómo freír el pescado, cómo esperar al marido que salía con su canoíta al amanecer, tal como esperaban los hijos y la muerte, con esa indefinible sonrisa espantamiedos.
Y con paciencia de viejas y alegría de niñas, haciéndose bromas con esa risa clara de la gente humilde, siempre oliendo a jabón blanco y a humo de brasero, las mujeres de los pescadores encendía fueguitos e instalaban las ollitas de hierro para que estuvieran listas cuando llegara el pescado. Con diarios viejos inventaban un mantel donde ponían pan casero, vasitos de vidrio baratos y diferentes y servilletas de papel del mismo diario.
Qué suerte que mi corazón ha guardado sin brumas esa ceremonia!

Siempre me emocionaba (ahora reconozco esa emoción) ver llegar a los pescadores.
Algunos, solos, en pequeñas canoas; otros de a dos, si eran un poco mas grandes.
Saludaban a sus mujeres con un murmullo, mientras recibían el mate; y  a los demás, con distintos comentarios, según quién.
- Cómo le va, "dotor"?
- Ah, Don! ahí le traigo unos bagrecitos de rechupete para su chupín.
- Ustedes, vayan friendo el surubí para el Gerente y la gurisa.
El Gerente y la gurisa éramos nosotros. Y el que daba la orden era casi siempre el pescador mas viejo. No sé decir ahora qué edad tenía, pero su rostro era arrugado como el de un anciano, curtido por el sol y muy amigable.
Entonces, celebrábamos mi Tío Raúl y yo ese magnífico ritual: saborear el pescado frito en postas pequeñas, maravillosamente doradas, suaves en la memoria de mi paladar, sostenidas en papel de diario y ese vaso de vino patero y tinto, refrescado en el agua del río, que me hacían sentir trasgresora y adulta. 
Comíamos recostados en su auto, apenas con algún comentario sobre la delicia del menú, sobre el brillo que el sol se olvidaba en las onditas del agua, sobre el martínpescador que rasgaba ese brillo y robaba la plata de una pescadilla; algún piropo para la crocantez del pan que era un deleite. Nos quedábamos ahí, disfrutando del vino áspero. Del paisaje colorido y bullanguero de los pescadores y sus mujeres y la risa cascabelera de la gurisada jugando entre las canoas.
Cuando el sol ya se iba y la bruma del anochecer silenciaba las voces y las risas, mi Tío compraba unos cuantos pescados que ya estaban limpios por las manos rápidas de las doñas y nos volvíamos.
-Estuvo bueno el paseo, eh, Coneja?
-Precioso, Tío. Gracias!
-Riquísimo pescado...
-Riquísimo!
-Un poco áspero el vino...
-Si, un poco.
-Y grasientos los vasos!-y mi Tío Raúl se reía con una risa ancha debajo del poblado bigote.
Y yo le acompañaba la risa, mientras apoyaba la cara en la mano y miraba las estrellas que iban apareciendo, adormilada de felicidad.

Un poco mas tarde, ese hombre tan querido y confiable, se enamoró de una forma loca, desenfadada y desvergonzada de la "Hormiguita Negra", una joven prostituta que se encargaba de quitar la deshonra de la virginidad a los muchachos del pueblo. Pero esa es una historia que ya mi corazón con el tiempo ha perdonado. Y hasta puedo sonreirme pensando en el enojo que me producía ver a mi Tío desarrapado de amor.
Miren ustedes lo que es el alma en el vuelo del recuerdo!