Es la brisa de la vida que va corriendo telones y nos enseña a mirar con los ojos que fuimos guardando...


jueves, 16 de diciembre de 2010

maldito siempre

Ah! Estás ahí como siempre, Arlenne. Para suerte de mi alma. Por este tiempo, cuántas charlas inacabadas hemos iniciado? Es que andábamos las dos con el alma inquieta. Alguna vez se aquietarán nuestras almas? No, no, claro. Yo también espero que no.
Pero estos días, te he andado buscando sin poder acomodarme a tu paso. Así que hoy, regué las plantas apenas después de la ducha, saludé a las gatas y mientras preparaba mi desayuno, en el momento que sentí otra vez este nudo que me raspa justo ahí, detrás del esternón, me dije: "Necesito un poco de Arlenne".
Es que me anda molestando un poco el tiempo, sabés? No sé cómo decirlo... , pero esa palabra siempre se me cuela en los intersticios; debilita un tanto mis alegrías, despinta mis proyectos, esmerila los momentos felices. No. Los sueños, no. Ahí aun no ha podido.
Y no es que mi hijo vaya extendiendo la mirada hasta la clara mirada de su hija, con tanta determinación. Ni es que mi niña sea esa mujer que se construye a sí misma con una alegría tan intensa que supera cualquier pena, cualquier atisbo de dolor. Y menos aún, que la cabeza de Cleo asome entera por encima de la mesa y que use con esa naturalidad mi computadora. Con ella estamos cultivando un árbol de caramelos, nada menos! Esas cosas son de un siempre feliz.
El tiempo que me anda molestando es el que se enreda en el siempre del amor, Arlenne. Eso es.
Mi siempre es cada vez más escaso, Arlenne; y el de él casi recién empieza. Eso es!
Sí, eso es cierto: tenemos igual de intensa la risa. Gracias por recordármelo. (Y, a veces, soy yo la que me río mas.) Pero cuando le miro la mirada..., ay, cuando le miro la mirada, ese maldito siempre se me instala en los ojos y me pesa en los hombros.
 O cuando caminamos juntos..., mi paso es más lento. Con menos tiempo, debiera yo caminar más ágil, no? Ah, claro. En eso tienes razón, no es lo mismo caminar que andar y en eso de andar, siempre elijo los atajos y él, a veces, el camino más largo.
Y también es eso de proyectar la vida, amigamía. Ya sabes cómo es. "En cinco años tal cosa y en diez año tal otra..." Siento a mi corazón brincando sin poder alcanzar a mi artista y entonces, experimento un miedo extraño de que el tipo se apoltrone en el medio de mí, a mirarlo cómo se va tras su vida.
Y es por la distinta dimensión de su siempre y de mi siempre. 
No. Eso ya lo sabes, mi querida! Ni un tris de duda sobre el amor que me tiene. Su amor  por mí es igual de loco que mi amor por él. En eso nos entibia igual la piel, la brisa de la vida.
Debe ser diciembre, ahora que lo pienso. 
Esta idea de que todo termina en diciembre, sin pensar que mañana es enero y la vida sigue. Y que se pueden agregar nuevos sueños en la agenda.
Pero diciembre..., no sé. Él anda embelesado de proyectos, yo ando agotada de labores y entonces, en los interticios, como te decía, se cuela mi viejo reloj de arena y se topa con su moderno reloj electrónico; ...aunque a la hora de mirar la luna, de saborear helado, de mi charla con su charla, de convocar a Eros, seamos aquella muchacha que el amor refresca con este hombre que el amor madura.
Cuando puedo pensar en eso, Arlenne, amigamía, puedo todo lo demás. No hay malditos "siempre" que me puedan.
Entonces, soy bella, joven, inédita y se me despierta ese omnímodo pensamiento imperativamente egoísta que me salva de todo: no lo veré morir.

Y cuando mañana, la brisa de la vida..., habrá sido ya diciembre.



Imagen: OCEANA (google)

miércoles, 1 de diciembre de 2010

la rueda de la vida

Iba yo sentada en el subte, enmismismada, tratando de ignorar el calor, cuando él me llamó la atención. Subió una estación antes de la terminal, con un apuro ansioso, y se sentó a mi lado. Traía un libro que abrió urgido en la página señalada y mi curiosidad leyó rápidamente: "27. La vida después de la muerte".
Era un hombre viejo, delgado, de piel muy blanca, con anteojos de miope de enorme marco  y manos temblorosas. Aparentaba como de ochenta años y leía con urgencia el capítulo 27, que hablaba de la vida después de la muerte.
En esos dos minutos que nos separaban de la última estación de ese tren subterráneo, pensé en cuál sería el sentimiento de ese hombre leyendo sobre la muerte, con una pasión que casi lo sacaba de la realidad. Me hubiera gustado saberlo. Pero, entonces, el viaje terminó y esperé sin disimulo que cerrara el libro para curiosear el título. Lo leí memorizándolo: "La rueda de la vida".
Mientras miraba atónita como ese anciano subía con enérgicos saltos las escaleras, en los 38° de las dos de la tarde, me acordé de mi admirado Cronista; a él se le hubiera ocurrido una impecable historia.
A mi solo me despeinó un instante la brisa de la vida. (O el aura de ese hombre me tocó en el hombro?)

Y sigo sin sentir curiosidad alguna sobre eso de la vida después de la muerte; ando ocupada en esto de vivir asi como es, nomás.

imagen: Flor-Yoshiro Tachibana