Mi hijo es un padre soltero. Un buen padre, eso sí.
Es el papá de Cleo, esa ruidosa saltimbanqui que me llama "abuelita" y hace que su risa sea el motivo por el que yo me pondría el mundo al hombro, si tuviera que defenderla.
Ayer fuimos a la plaza y ella jugó en ese corralito de arena y hamacas como si no hubiera límites: jugó con la arena, con las hamacas, con su padre, juntando piedritas y semillas de tipa, "investigando" hormigas y otros pequeños insectos, dueña del universo.
Como yo tenía un compromiso, nos volvimos con Daniel un poco antes y ellos quedaron disfrutándose otro rato en la plaza.
Cuando aprontaba la bañera con abundante agua "calentita", para cumplir nuestro ritual de baño y charla, llegó arrebolada, con señales de la plaza en las rodillas, en las manos, en la cara; y en un atropello de palabras y risa, me mostró el tesoro que había hallado con su padre:
- Mirá, abuelita!... Mirá lo que encontramos! Papá me dijo que es la semilla de un árbol de caramelos!- me contó, mientras me mostraba un pequeño caramelo rosado, en forma de cápsula, sucio como su mano. -Con papá pensamos que seguro se le perdió a un osito cariñoso.
Yo lo miré a mi hijo y pregunté esa tontería, en voz baja, tomada de sorpresa: "Todavía existen los ositos cariñosos?"
-Abuelita, no sabés? claro que existen!- encontrándose con Camilo en miradas de burlona complicidad.
Mientras se bañaba, hablamos sobre el tiempo que tarda en crecer un árbol y producir caramelos. Que si lo podíamos cuidar entre las dos, porque a su papá se le había ocurrido que podían plantar la semilla en mi balcón. (En mi balcón?!) Me encontré diciéndole que eso sería fantástico.
-Pero hay que tener mucha paciencia, porque un arbolito no crece de un día para el otro, aunque sea pequeñito. Tiene que brotar, crecer un poco, florecer y después recién habrá caramelos- expliqué absolutamente convencida, mientras en mi cabeza planificaba, embarullada, como iba a "cultivar" un árbol de caramelos que cumpliera la fantasía que habían creado mi hijo con su hija.
Y ahora ando en medio de ese ensueño: pensando en qué maceta, con qué alambres y qué papelitos iré armando esa magia para Cleo y para su papá, que me llena de orgullo, que me reboza el alma de dulzura y de tranquilidad, con ese amor por su hija que es como un nido que lleva allí dónde va.
Y así es cómo le enseña a esa niña cómo es volar! Es que el tipo anda siempre alimentando sueños, para alegría e inquietud de mi alma, inexorablemente.
Me encuentro pensando, ahora mismo, si lo viera su maestra de 4°Grado, la que escribió como evaluación en su Boletín de Calificaciones: "Camilo, ojalá nunca dejes de ser ese romántico soñador!"
(Y la alegría me pone un nudo en la garganta, qué cosa!)